La huérfana Dorothy vive una vida sencilla en Kansas con su tíos Emma y Henry, y su perro Totó. Un día, la vecina es mordida por el perro y se lo lleva por orden del sheriff, Totó consigue escapar y regresar junto a Dorothy, pero tienen que huir porque ella teme que hagan daño al perro. En esa búsqueda de una vida mejor es arrastrada por un tornado, apareciendo en una fantástico lugar donde existen las brujas malas y buenas, un espantapájaros sin cerebro, un león cobarde, un hombre de hojalata sin corazón, unas zapatillas rojas poderosas y otros momentos fantásticos que sucederán durante el camino de baldosas amarillas hasta llegar a la brillante Ciudad Esmeralda, donde conocerá al llamado Mago de Oz, un hombre mágico en el que tienen puestas todas sus esperanzas para satisfacer sus deseos. ¿Quién no se acuerda de esta maravilla de película?.
El Mago de Oz es de esas películas misteriosas y mágicas que cada vez que la ves la disfrutas de manera más plena. Me acuerdo cuando era pequeña que me fascinaba el señor espantapájaros, las zapatillas rubí de Dorothy y oírles cantar a los personajes mientras caminaban sobre luminosas baldosas amarillas hacia la resplandeciente Ciudad Esmeralda. Cuando era adolescente, disfrutaba recordando esa primera vez, reviviendo emociones y poniendo mi atención en el hombre de hojalata y su extraña tristeza a pesar de no tener corazón. Sin embargo, lo más apasionante fue llegando a mi treintena, observé impactada la representación simbólica que se podía hacer de un “supuesto” cuento para niños. Esos momentos en lo que toda la inocencia se transformó en lecciones de vida para mi.
Sin lugar a dudas, este bello cuento del siglo pasado (“El Maravilloso Mago de Oz”) se convirtió en un fenómeno social después de su adaptación cinematográfica. Una obra maestra tan repleta de metáforas y simbolismos que ha sido interpretada y analizada desde un punto de vista teológico, económico, social y psicológico. Para mi, un ejemplo auténtico de transformación personal.
Golpea tus talones juntos y repite las palabras: “No hay lugar como el hogar”
Nuestra protagonista de la historia despierta tras el tornado en el mundo de Oz, siendo la única forma de volver de nuevo a su casa encontrando al “todopoderoso” mago. Durante el camino, Dorothy estará acompañada de un espantapájaros que quiere ser inteligente, un hombre de hojalata que desea tener corazón y un león que ansía ser valiente. Todos buscan lo que ahora mismo no tienen en sus vidas, creyendo firmemente que conseguir sus sueños se deberá gracias al poder del Mago de Oz.
Lo revelador de esta maravillosa historia es que los cinco personajes descubren que el verdadero poder siempre había estado en su interior, dentro de ellos mismos: La habilidad del Mago de Oz para ayudar a los demás induciendo a la reflexión (el Coaching de aquella época), la voluntad de Dorothy, la sabiduría del espantapájaros, el amor del hombre de hojalata y el valor del león.
El camino de baldosas amarillas es ese proceso de búsqueda y transformación personal con sus brujas buenas (pensamientos y momento positivos) y sus brujas malas (pensamientos negativos y obstáculos) que nos permite descubrir e ilusionarnos con nuestras fortalezas para llegar a la Ciudad Esmeralda, nuestro objetivo. (lo que ahora podríamos llamar Psicología Positiva).
Si queremos conseguir nuestra Ciudad Esmeralda -nuestros sueños- tenemos que ser conscientes de que es necesario coger las riendas de nuestras vidas y poner el corazón, la voluntad y la sabiduría en nuestro camino de baldosas amarillas.
Post dedicado a Rubén Turienzo y Pau Salas por nuestras charlas sobre obras maestras de fantasía y compartir que «la grandeza está en las cosas simples».