No es una idea novedosa; Berkun dice en The Art of Project Management que el resultado final de un proyecto lo decide la lucha entre tres visiones solapadas: La tecnológica, la del negocio y la del cliente. Prestar demasiada atención a alguna de ellas y obviar las otras lleva, sin remedio, al fracaso.
Los desarrolladores tenemos tendencia a pensar que nuestro pilar es el más importante (no lo es) y nos horrorizamos cuando no se le da el protagonismo necesario en un proyecto (por desgracia, con demasiada frecuencia), apareciendo entonces los sospechosos habituales que impiden o dificultan nuestra excelencia o, en casos graves, un mero atisbo de calidad.
1. Herramientas inadecuadas: Trabajar con software anticuado por decreto, sin posibilidad de acceso a aquellos programas que nos hacen productivos: teclados baratos, monitores diminutos, ordenadores obsoletos.
2. Planificaciones agresivas: ¡Lo quiero para ayer!
3. Conocimiento del dominio o de la tecnología o, expresado de otra forma: “Tú que sabes de Java, seguro que no tienes problema para hacer este proyecto en C++”
4. Distracciones e interrupciones: “¿Me puedes mirar esto?” “¿y esto?” “¿y esto otro?”
5. Ambiente contra la innovación: No te pago por pensar.
6. Requisitos indescifrables o mutantes: Proyectos que se fundamentan en una sólidas arenas movedizas.
La causa más común de los tres primeros es la falta de presupuesto, real o fingida, que obliga a dar prioridad al negocio. El cuarto y el quinto suelen darse ante una combinación de desconocimiento técnico y un excesivo peso de la visión del cliente, más aún si existe “presión burocrática”. El último es el menos justificable y suele darse en organizaciones grandes con exceso de jerarquía.
En los proyectos que has participado ¿ha existido equilibrio entre las tres visiones?, ¿cuáles son los sospechos habituales que dificultan tu trabajo?.