Flexiono en el último instante y me impulso sobre las puntas de los dedos de los pies, ejerciendo la presión necesaria en el canto de la tabla para terminar el último giro contra la pared de la ola. Siento cómo me deslizo por ella, cabalgando esa increíble energía que arrastra consigo. La ola termina de romper, conmigo flotando encima, y me dejo caer, sonriendo, entre el revoltijo de arena y espuma. “Ha sido, con seguridad, la mejor izquierda que he cogido en mi vida”, pienso entusiasmado mientras empiezo a bucear para salir a la superficie e imaginando lo que me dirá Dani cuando se lo cuente. —Siempre dices lo mismo de todas las olas que coges, pichón —nos reímos con complicidad.
Una vez fuera, tiro del invento atado a mi tobillo para acercarme a la tabla, la cojo, me subo en ella y empiezo a remar para remontar hasta el pico. A lo lejos, diviso a Dani, sentado en su tabla, esperando pacientemente la siguiente serie de olas, mirándome, expectante a un gesto que le dé una pista sobre cómo me ha ido en esa ola. Pero no hace falta que le diga nada, solo con ver la expresión de felicidad en mi cara, ya sabe la respuesta. Aun así, levanto mi mano derecha y la agito, lo que hace que él sonría también y alce su mano derecha, levantando su pulgar.
La corriente es criminal, hace que cada ola que cojo me salga cara. Remo sin parar para salir de ella, sintiendo cómo mis hombros arden cada vez más. “Tenemos que estar locos para pegarnos estas palizas a las 7 de la mañana y sin haber desayunado”, me digo a mí mismo volviendo a sonreír y obligándome a remar aún más fuerte.
Podemos estar locos, pero las conversaciones en estos baños mañaneros, por las tardes después del trabajo o al mediodía durante la hora de la comida, han sido las que nos han hecho plantearnos muchas cosas sobre nuestras vidas, y que nos han llevado a tomar decisiones importantes que de otra manera nunca habríamos considerado.
Han pasado meses desde que empezamos a hablar de montarnos algo por nuestra cuenta. “¡Tenemos que hacerlo! ¿No puede ser muy complicado hacer algo y que le guste a la gente?”, nos repetíamos una y otra vez, serie tras serie de olas. De repente, una masa de agua oscura levanta de la nada, sorprendiéndome mientras divago en mis pensamientos. Cojo aire mientras agarro firmemente los cantos de la tabla, y la miro fijamente mientras se aproxima, mostrando las primeras espumas en su cresta, señal inequívoca de que caerá sobre mí de un momento a otro. Esperando hasta el último momento, sumerjo mi tabla en el agua, sigo aferrado a ella, mientras la mole cae detrás de mí, en una explosión de agua y espuma. Espero, miro hacia arriba y veo la espuma bullir a mí alrededor. “¡Cómo mola esa sensación cuando libras bien un bombazo de estos!”, me digo eufórico. Colocándome la tabla en el pecho, salgo a flote y continúo remando apresuradamente, por si viene otra detrás con las mismas intenciones de darme un buen susto.
Al final de este paseo se encuentra el pico “Tonka”. ¿Qué nos encontraremos hoy? Si no lo recorres, nunca lo sabrás.
¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! ¡Hacer algo! No recuerdo si fue casualidad o causalidad, pero dimos con un libro que nos encantó, y que nos motivó aún más, dándonos el empujón que necesitábamos para empezar con nuestra pequeña aventura personal. El libro en cuestión es Getting real, escrito por gente de una empresa muy conocida en nuestro sector. En él, detallan la simple fórmula a seguir, el camino a recorrer desde que tienes la idea de una aplicación web, hasta que la transformas en algo real. ¡Nos encantó! Lo que ahí escribían era tan sencillo y apasionante, una filosofía tan simple y al mismo tiempo tan contundente, ¡que teníamos que probarla! ¡Nos pusimos manos a la obra!
Estoy cerca de llegar al pico junto a Dani, cuando aparece otra serie de olas dibujadas en el horizonte. Le hago una seña para que reme hacia ellas y coja alguna. Se tumba sobre su tabla y comienza a remar, mientras la serie continua con su imparable avance. Al llegar a su altura la primera ola de la serie, le grito —¡Es buena! ¡Rema fuerte! ¡Fuerte! —noto cómo me aumenta la adrenalina al verle remarla y empezar a deslizarse por la pared tumbado sobre su tabla.
Vuelvo a sumergirme con mi tabla bajo el agua, cuando ambos llegan hasta mí. Al tiempo que miro por el rabillo del ojo, veo cómo se pone de pie de un salto sobre su tabla y empieza a descender por su pared. ¡Explosión de espuma! Esta vez, salgo a la superficie rápidamente para ver si la ha cogido bien, y veo su cabecilla detrás de la ola alejarse hacia la orilla a toda velocidad. “¡Yeah!” -me digo a mí mismo, sabiendo exactamente lo que debe estar sintiendo en ese mismo instante-. Me siento en mi tabla, relajo mi cuerpo, esperando la siguiente serie. Los primeros rayos de luz comienzan a asomar tras las dunas. Vuelvo a sonreír.
Ha sido un otoño e invierno muy largo: trabajando el doble, siguiendo pasos de gigantes para comprobar lo que podemos ser capaces de hacer, muchas tardes, noches, vacaciones y fines de semana encerrados programando sin parar. Pero poco a poco la cosa ha ido tomando forma, tenemos nuestra primera aplicación en internet, Scrumrf y parece que a la gente le gusta.
La verdad es que lo más difícil fue dar el primer paso, pero una vez que lo das con determinación y te pones a ello con constancia, al cabo del tiempo te das cuenta de que tampoco ha sido para tanto y que todo puede ser posible, solo tienes que buscar una meta, una motivación.
Queremos hacer realidad un sueño llamado TonkaLabs, donde hacer las cosas como siempre hemos creído que deberían hacerse, con una filosofía diferente a todas las que nos han impuesto, donde ir a trabajar nos provoque la misma sensación que cuando estamos en el agua, en este pequeño rincón del Cantábrico que nos hace sufrir y disfrutar tanto, al que llamamos el pico Tonka.
No buscamos hacernos millonarios, ni ser los más grandes ni los que más nombre tengamos, solo buscamos eso llamado felicidad, y decir “¡eh, nosotros hemos hecho esto”!, como a nosotros nos gusta, bien hecho. Ya sé que es difícil, y más como está el mundo hoy en día, pero también sabemos que si no lo intentamos, nunca sabremos hasta dónde podríamos haber llegado. Si no remas esa ola, jamás sabrás si ha sido la mejor de tu vida.
Un chapoteo me saca de mis pensamientos. Es Dani que llega remando, con cara de felicidad. —¿Ha sido buena, eh, pichón? —le pregunto. —¡Buena no, lo siguiente! —me responde. Los dos nos reímos. —Como mola cuando el pico Tonka funciona bien, ¿eh? No hay tiempo para terminar la conversación, otra ola peinada por el viento comienza a levantarse delante nuestra. Giro mi tabla, me tumbo sobre ella, y comienzo a remar con velocidad y determinación. Mi corazón se acelera desbocado mientras la veo abrir tras de mí. Otra izquierda. Perfecto. Al notar su energía contra mí, salto sobre mi tabla, flexionado. Aún no he bajado por la pared pero ya sé con certeza que va a ser la mejor izquierda de mi vida, y si no es esta, seguro que lo será la siguiente. ¡FFFFSSSHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!